El castigo

El castigo, entendido en su acepción general como una acción de maltrato físico o psicológico para evitar que una conducta considerada errónea o inadecuada se repita, no tiene mucho sentido si estamos hablando de niños. Primero porque poco van a aprender los menores de un guantazo o de estar encerrado en una habitación, más allá de a tener miedo y sentirse inseguros y desconfiados y segundo porque lo mejor si queremos que una conducta no se repita, la solución no es castigar sino enseñar y educar.

Hay otros que suavizan el término y hablan de castigos educativos, aunque a priori no parecen términos muy compatibles.

Sería por ejemplo castigar al niño a ir al cole en pijama si no se viste cuando se lo decimos, se supone que enseñan al niño que hay unas consecuencias si no se cumplen las normas, aunque en este caso sigue siendo un castigo basado fundamentalmente en humillar al menor si no hace lo que queremos cuando queremos. A la hora de aplicar este tipo de ‘enseñanzas’ hay que tener muy claro el fin que realmente se persigue.


El castigo debe usarse lo menos posible y siempre de forma educativa


Lo que está fuera de dudas es que los niños deben aprender que viven en una familia, que esta está dentro de una sociedad y que ambas tienen unas normas que es necesario respetar. Y a respetar se enseña respetando en primer lugar al niño. Predicar con el ejemplo va a ser siempre la mejor forma de que los niños entiendan lo que está bien y lo que está mal. Desde que son muy pequeños tienden a imitar a sus padres, de esta forma imitarán nuestra forma de comportarnos en la mesa o de interactuar con el resto de personas.

Pero los niños no se van a quedar ahí, en su afán de descubrimiento van a probar hasta donde pueden llegar, así es normal que tiren la comida al suelo, que se nieguen a recoger sus juguetes o a ir al baño. Esto va a comenzar muy pronto, a partir de los 2 o 3 años, están reforzando su autonomía y necesitan ese proceso de reafirmación. Los padres deben comprenderlo y no emplear castigos que el niño no va a entender, pero esto no significa que no puedan intervenir para enseñar al niño que conducta es más adecuada.


La paciencia y las rutinas ayudan a evitar el tener que castigarlos


Con unas rutinas fijas y claras en casa todo es más sencillo, si siempre la hora del baño es la misma al niño no le va a costar tanto identificarla, si además después del baño viene la cena establece esa asociación. Es una norma, si se incumple, no hay gritos ni malos modos, simplemente no podrá hacer otra cosa hasta que su tarea esté finalizada. Esto hay que explicarlo, tiene que tener claro, siempre en función de su edad y capacidad de comprensión, porqué es importante el baño o recoger los juguetes a la vez que aprende que los actos tienen consecuencias.

Este aprendizaje comienza desde que son pequeños con las normas básicas, lo fundamental será que sean siempre las mismas, no podemos cambiar de opinión día si día no, ya que entonces el niño no sabrá a que atenerse ni donde están los límites. De esta forma según vayan creciendo irán integrando sin problemas nuevas conductas y formas de actuar, cada vez serán más complejas y deberemos explicarles porqué hay que hacer los deberes, él mismo verá lo que pasa si no hace los deberes e irá aprendiendo sin necesidad de gritos ni privaciones que nada le aportan.