No al castigo físico: sí a los límites y al respeto

Hace unas pocas décadas, el castigo físico era la opción a la que recurrían la mayoría de padres para intentar corregir el comportamiento de sus hijos. Por supuesto, no hablamos de propinar malos tratos a un niño,  pero sí de que antes los adultos no dudaban en dar un cachete a sus hijos.

Los expertos en educación definen el castigo físico como el uso de la fuerza causando dolor, pero no heridas, con el propósito de corregir una conducta no deseable en el niño.

Es decir, se refieren a ese azote, o bofetón que los padres dan a un pequeño para frenar su rabieta en muchas ocasiones.

A pesar de ser una escena muy habitual en nuestra sociedad, y de que realmente no es una paliza física, la verdad es que el efecto de este bofetón es igual de negativo para padres y niños: ambos se sienten mal, unos por haberlo recibido y los otros por haberlo dado.


El efecto psicológico negativo de un bofetón


Pegar a un hijo no es una manera constructiva de educarle. Es decir, no le aporta nada, no  le hace entender ni lo que ha hecho mal, ni como puede mejorar su comportamiento.

Los padres deben buscar alternativas que sean capaces de mejorar el desarrollo psicológico de sus hijos, que les haga pensar, y crecer como personas responsables. Lo único que se consigue con un bofetón es que el niño tenga miedo, y que adopte una posición de sumisión en relación a sus progenitores. Por otra parte, la mayoría de los padres que recurren a él solo logran sentirse culpables, ya que ven como su única opción es recurrir a su fuerza   para conseguir dominar a sus hijos, algo que tienen muy fácil dada su superioridad física.


Qué lleva al castigo físico


Los motivos por los que  los padres defienden el bofetón ante cualquier otra medida correctora son varios. Esencialmente, la mayoría se decantan por el castigo físico porque lo consideran como el único recurso a su alcance para afrontar una reacción difícil de sus hijos. Y porque, ante su falta de habilidades sociales, pierden los nervios y no consiguen controlar sus emociones ante una actitud incorrecta de sus hijos.


El  diálogo y los límites


La mejor manera de educar es poner límites a un  niño, imponiéndole normas y reglas que tengan como  objetivo corregir su comportamiento, y que deberán aprender como parte de su proceso educativo. De alguna manera, con ellas se introduce a los pequeños en lo que serán las pautas de su vida adulta futura.

La principal diferencia entre usar el diálogo y los límites o el castigo físico a la hora de educar es que los primeros permiten a los niños razonar, y pasar por un proceso de desarrollo crítico, que les ayudará a ser cada vez más independientes y autónomos.

De todos modos, hay que reseñar que para que la implantación de unas normas sean un éxito en la educación de los niños, se deben dar una serie de circunstancias familiares, como que los padres sean buenos conocedores de sus hijos, compartan su tiempo con ellos, y sean también capaces de convertirse en un verdadero  ejemplo de comportamiento para ellos.