A veces basta con el primer enfado de la mañana porque hemos perdido el bus, ir a hacer la compra con el tiempo justo o el ritmo imparable de cada día, para generar en nosotros un nivel de estrés suficiente que no pasará desapercibido para nuestro bebé.
Inconscientemente transmitimos todo nuestro estrés a los bebés, el estado de nervios o tensión no sólo nos pasa factura a los padres, sino también a esos pequeños receptores que pasan tanto tiempo con nosotros, los niños.