Educar contra la agresividad infantil

Los padres tienen un papel muy importante a la hora de educar a sus hijos para que no sean agresivos. Por ello, cuando el pequeño comience a comportarse de este modo tendrán que, por un lado, detectar las razones o motivos que llevan al niño a comportarse así y, por otro, conseguir que abandonen esas malas formas, haciéndoles comprender que no deben actuar así.

De esta forma, son muchos los motivos que pueden llevar a la agresividad infantil.

Y es que a veces, los niños se sienten frustrados, enfadados, tienen celos, envidia o incluso, la causa es que tienen carácter fuerte y mal genio.


Antes de actuar contra la agresividad infantil hay que identificar las causas que provocan ese comportamiento


Por ello, será muy importante detectar qué lleva al pequeño a actuar de ese modo para entonces saber qué medidas tomar. Así, si el pequeño lo hace para llamar la atención, se le ignorará, haciéndole entender que con esos comportamientos no logrará la atención y el cariño de sus padres sino todo lo contrario. En cambio, también puede ser que reaccione así, fruto de celos, ya sea porque quiere tener los juguetes de sus amigos, porque su hermano recibe más atenciones que él o, incluso, en ocasiones, estos comportamientos se deben al propio carácter y personalidad del niño. También, a veces, esta agresividad es simplemente una imitación de comportamientos que el niño ve en el colegio, en su casa, en sus ratos de ocio…

Asimismo, en algunos casos, según han demostrado algunos estudios, la agresividad infantil es consecuencia de la falta de afecto que recibe el pequeño. En casos de padres que no pasan mucho tiempo con sus hijos, que no están en casa, que se divorcian, que tienen muchos hijos… puede que alguno de ellos intente hacer, mediante estos comportamientos, una señal a sus padres de que necesita que le demuestren que le quieren, que sean cariñosos con él y le apoyan.

Es cierto que esta agresividad puede manifestarse de forma directa o indirecta. En cuanto a la directa se trata de acciones como pegar, morder, empujar o también mediante palabras, es decir, con insultos o palabras malsonantes. En cuanto a la agresividad indirecta, el niño se comportará de este modo pero sin agredir directamente a la persona, sino rompiendo objetos de dicha persona, es decir, sus pertenencias. También se considera indirecta cuando el pequeño hace muecas, gestos feos e incluso grita.


La paciencia y el ejemplo son necesarios para hacer ver al niño que la agresividad no conduce a ninguna recompensa


En este punto los padres tendrán que hacer comprender al pequeño que lo que hace no está bien y, en el caso de que las explicaciones no resulten eficaces, se le demostrará con hechos. Ellos son los primeros que tienen que dar ejemplo y por eso, en el hogar, los niños deben ver que no existen muestras de agresividad. Y es que a veces los padres no se dan cuenta de que si se gritan, se llaman la atención en un tono inadecuado e incluso, hacen gestos despectivos, están mostrando agresividad. Hay que tener claro que ser agresivo no es sólo pegar o hacer daño físicamente a alguien. Por ello, en el hogar tendrá que haber un ambiente relajado y, si existe algún problema entre ellos, totalmente naturales en la convivencia, deberán tratarlo cuando el pequeño no esté o sin malos modos ante su hijo. De esta forma, el pequeño sabrá qué está bien y qué no.

Sin embargo, los padres también deberán ser conscientes de que tienen que dejar un margen al pequeño para que aprenda. No hay que llegar a los extremos, es decir, ni ser demasiado permisivos ni tampoco imponer una disciplina muy estricta. Todos cometemos errores y por ello, si el pequeño ha actuado mal, habrá que darle una segunda oportunidad para que demuestre a todos que ya ha aprendido la lección. Es muy importante que, cuando lo haga bien, sus padres le reconozcan que lo ha hecho, así se sentirá valorado.