Imaginemos la situación, tenemos nuestra habitación, nuestros juegos, nuestra rutina establecida y a papá y mamá a nuestra completa disposición. Somos el centro de atención, nada de lo que hacemos pasa desapercibido y nos llevamos todos los besos y caricias. De la noche a la mañana sin que lo acabemos de entender muy bien, todo eso cambia.
De repente hay otra persona en casa, un bebé que hace que mamá y papá ya no jueguen tanto con nosotros y que incluso se lleva parte de nuestras cosas y nuestro espacio. Y encima ¿quieren que le cuide y le quiera?